OPINIÓN:
Para mí el Club Náutico Ensenada eran exactamente las ocho cuadras por la calle San Martín desde la Chile hasta la Ingrassia. Un camino alegre y colorido de amigos y vecinos.
Fui socio entre los diez y mis veinte años y los pibes del barrio llegamos al Náutico porque se homenajeaba a los mejores alumnos de las escuelas de Ensenada con un carnet de socio gratuito por un año al terminar su graduación con buenas notas.
Yo no fui uno de esos privilegiados, pero varios amigos de la Escuela N°3 fueron premiados y el resto nos sumamos con muchísimas ganas.
Pasar las tardes pescando mojarritas de a decenas, dar una vueltita por el arroyo Doña Flora en un chinchorro en esos primeros años y hasta una rápida zambullida desde la rampa en las aguas cálidas y todavía limpias de esos años 60 era toda una aventura.
Ya más grande, adolescente, salir con un par simple, un par doble o en canoíta por «El Largo», «La Canaleta», «Villa Ruben Sito» o «Gronda», si los camalotes lo permitían, era casi un acceso al paraíso y la felicidad.
A veces la bajante estropeaba el regreso y salir de los arroyos secos era un atolladero.
Hortensias, jazmines, frutales, garzas, bigüas, boguitas, algún pequeño dorado, el sol y las peripecias en el Río Santiago jugando con las enormes plataformas y caños para el dragado del puerto de Propulsora formaban todo un tiempo de aventuras y desventuras.
Otros tiempos de mis recuerdos náuticos.
Por: Jorge Daniel Testori